miguelMiguel la quiere, Dios si la quiere ¡.
Posiblemente sea la única mujer del mundo a la que se atrevería a querer, ella es el único escalón que hizo que su coraza saltara por los aires después de una amistad duradera y sincera.
Le costó admitir que él estaba hecho para alguien, pues lo más fácil era responder tan solo de uno mismo. La verdad es que las experiencias tampoco le habían ayudado mucho, por lo que se fue creando un caparazón hermético y confortable desde donde se encontró a si mismo.
Allí, enrocado en él, levantó una barrera contra el sufrimiento que supuso que era amar, y fue feliz. Feliz y verdadero.
Miguel es un hombre integro, cabal, culto, formado y respetuoso. Con inquietudes y una visión de la vida amplia y coherente. Su lema es empezar por el uno y así sucesivamente sobre todo para tratar de evitar sobresaltos y emociones que puedan dañarlo.
No lo ha pasado bien y la vida le ha obligado a reconstruirse en varias ocasiones.
Marta es su mujer, la quiere y la respeta, con ese sentido del amor que el mismo se permite y se impone, que huye de los volcanes tórridos, pero no está capacitado para hacer de ella su prioridad como Marta le grita, le suplica, le exige.
Cauteloso, medido, la ama de una forma serena y apacible.
Considera que no debe ser de otra forma y que hacer una excepción no seria lo justo y lo conveniente, ya que existen otras parcelas de la vida cuyos lazos le atan de forma inexorable.
Siempre fue cariñoso, considerado, incluso esplendido con ella y con todo lo que la rodea. Es más, considera los futuros juntos como lo más natural, lo que espera y lo que desea.
Conoce la visión distinta sobre su relación por parte de Marta pero piensa que ella se equivoca, que no tiene capacidad para disfrutar de su estado, así, sin más, ignorando que ella, pese a estar tonta, quiere estarlo.
Miguel teme exponerse, quedar al aire, dejar abiertas las ventanas que un buen día alguien cerró, dejando hechos añicos los cristales. La regeneración que el reclama, la catarsis por la que tanto lucha, nunca fue completada.
De Miguel cuelgan flecos deshilachados que él, con mucha paciencia, va hilando día a día, a solas y en silencio, como un tejedor de alfombras en el Cairo, artesano del alma
muñidor de los sueños en un rincón oscuro.
A veces se descuelga, solitario, por el laberinto insondable de sus recuerdos, parcheando los días como puede y borrando y bebiéndose las lágrimas, negándose el consuelo que ellas significan. Siempre mira el llanto de Marta con un puntito de admiración y envidia, ya que el las destierra al fondo de su yo.
Miguel es la mesura autoimpuesta y callada. Marta es la erupción.
Se quieren, cada uno a su paso, andantes de la vida con la mochililla al hombro.
No les impide andar, pero dan tropezones y a veces se les cae, dejando al descubierto
el contenido de sueños y fracasos.
Supongo que seguirán andando.
Como debe ser, la vida es un camino que recorrer.
Ellos decidieron recorrerlo juntos.
Que así sea.