jueves, 11 de marzo de 2010

marta y miguel



marta

Marta está triste.
Puede que solo sea un descorazonamiento pasajero, pero hoy se siente absolutamente desamparada.
Quiere a Miguel, está segura de ello. Lo quiere desde hace mucho tiempo, lo quiso en el silencio y lo ha querido en el grito, lo quiso como se quiere el agua de la fuente cuando ya no sientes los labios, cuando la sed aprieta. Es por eso, por quererlo, por lo que la desazón es más aguda, y por lo que a ratos la sola idea de ese amor la oprime, la asfixia hasta no poder más.
Marta tiene todo un crisol de sentimientos encontrados aun estando segura de que Miguel la quiere, de que él, a su manera quiere vivir con ella, quiere su amor ceñudo, alborotado, intenso como los chaparrones alpinos, copiosos y violentos. Pero Marta se siente a veces olvidada, traicionada y herida.
Entonces, poco a poco el rugido cetrino de la culpa se eleva anegándolo todo, y se siente egoísta por no comprender, avariciosa por querer abarcar y desagradecida.
Marta no tuvo buena vida, incluso tiene recuerdos que aun la hacen palidecer, estancias que tapió para no ver la puerta, y así, sin llaves colgando que la empujen, poder cerrar los ojos y mirar adelante.
Incluso tuvo un clavo ardiendo que al final no quemaba, que dejaba sus pies tan fríos como antes, pues ella misma sabia que el braserillo acogedor que mitiga el invierno estaba en otra parte. Una mesa camilla cubierta de polvos y de brumas lo tapaba, pero ella, cabezona y constante, perenne, concienzuda, desesperantemente lo esperó.
Ella no ve las razones expuestas, solo desea a estas alturas de la vida un colchoncillo cálido, mullido y socorrido para dormir las penas, una piel que se encrespe, unos labios ardientes que la quemen la carne, un alma que se entregue.
Miguel es otra cosa, su querer es un río que fluye dulcemente, que ni siquiera pide y por tanto da lo que considera necesario, desde una sensatez, desde una claridad que a ella mortifica.
Marta sospecha a veces, cuando casi tiene que extraer sus palabras una a una, cuando se sienta por las tardes a esperar su llegada, que él podría permanecer sin ella, que en su vida su sitio apenas es primordial.
Entonces se encrespa como ola del norte, no se siente querida, quizá se equivocaba cuando pensó en él como el tú de su vida. Incapaz de entender, se sume en sus recuerdos que le hacen tanto daño y se revuelca en ellos, hiriéndose, gastándose, culpándose sin más.
No quiere mendigar el beso y el abrazo, espera responder a la caricia, al gesto, deseándola tan fuerte que siente hasta dolor. Él, apaciblemente, se va desenvolviendo la vida como puede, y atiende como entiende cada cuestión a ritmo, quizá sin comprender que ese ritmo, ese baile, Marta no sabe bailarlo y siempre le hace daño.
Pero aprendió a asumir, a lamerse las heridas en un rincón callado y a sentarse a esperar.
Luego de tanto en tanto, se va acercando a él como si nada hubiera pasado, vuelve a su cuerpo dulce sacando la ternura, pero pide pasión.
Marta hoy está triste.
Solo será un descorazonamiento pasajero.
Mañana le preguntaré como se encuentra.

1 comentario:

Andaya dijo...

Marta está ciega, y en su ceguera, sufre lo que debería disfrutar. Las puertas tapiadas no hacen desaparecer habitaciones malditas. Solo distraen su oscuridad, echando la culpa a las cortinas.
Marta esta mu, pero que muuuu tonta

Related Posts with Thumbnails