viernes, 27 de febrero de 2009

el abuelo

Se apoya en su muleta como quien se sujeta a la vida casi con alfileres, desesperadamente. Esa muleta, compañera de toda su vida, por un tiempo olvidada en la cámara de la casa vieja. Allí la miré muchas veces, entre las canastas y las garrafas del aceite y un escriño, te acuerdas Mari luz. Al pasar de los años, casi como si recuperase su juventud perdida, ha vuelto a ella, a la madera vieja en que apoyarse y rumiar sus recuerdos.
La visera de su gorra, en una pirueta dulce y deliciosa da sombra a sus ojos, esos ojillos de luna, ojos que contemplaron a nacidos y muertos, ojos que soportaron las pasiones y luchas de una guerra, ojos mirando desde la claridad de los campos, de la luz de esta tierra de panes y de olivas, de su Luz, su vida siempre fue la Luz.
El abuelo se sorprende de todo, de todo se sonríe con la superioridad violenta que regalan los años, y jamás se destempla. Siempre espero su mueca de pillín divertido, el chiste de los frailes y algún cepo de gomas de los que preparaba en la cartería.
Aún lo veo por las calles, con la cartera al hombro y su tranco imperfecto perfectísimo, o liando un cigarro de los suyos, de los de cuarterón y caldo de gallina. Con mis pasitos cortos y un duro,” Isabel, dame un caldo de gallina pa mi abuelo”
Abuelo, tú te acuerdas que me hiciste mascota en la Cruz Roja, de Granero, del Parri y de Mantecas, de todas aquellas noches de verano que yo celebraba como fiesta por que dormía contigo?
Tus historias del Segre, la cabeza de puente, Mequinenza, Gandesa y del frente del Ebro. Pude oir el sonido de las cartucheras, chacun, chacun, mientras te comías las sardinas en un bocado apenas.
Yo me sentía importante porque todos aquellos militares atendían a un niño, pero no cualquier niño, yo era el nieto del sargento. Como los intentabas intimidar sin conseguirlo, escondiendo la risa, pero te delataban los ojos. Y luego por la noche, cuando nos acostábamos en el colchón de lana de tu cama, yo contemplaba al hombre que reía y me decía que eran buenos chicos.
Quien cumpliera cien años con tu planta, ajeno a las insidias, a los ruidos, adaptable a la vida como un guante se adapta a nuestras manos.
He hecho muchos esfuerzos, yo cumplí más de cuarenta, y nunca te recuerdo enfadado, mohíno, encallecido. Puede que sea el secreto de la eterna juventud, tu piedra filosofal, la carne bien guisada, una copa de vino, el cigarro en la boca y mucho buen humor.
Ojala que cumplas muchos, y nosotros que lo veamos contigo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Madre mía qué llorera.
No se pueden poner todos los recuerdos en un pliego de papel, pero hay uno que me viene muchas veces a la cabeza: "Niña, tráeme el jarabe" Y la Luz venía con el chato de vino de la garrafa. Si la garrafa estaba llena, sólo era vino, pero cuánto menos quedaba dentro, más rica era la mezcla vino-agua, menuda era.

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