lunes, 28 de septiembre de 2009

juramento


Anoche lo soñé!. Bueno en realidad es algo recurrente a cada una de mis noches desde hace varios años. Hace poco, casi sin darme cuenta lo perdí, lo dejé olvidado, apartado de mí por un tiempo.
Mala cosa perder los referentes, que difícil el equilibrio sin ellos!. La sensación de caída libre, mientras tus manos se intentan sujetar en asas invisibles, e intentas apartar de tu cara las telarañas que vas recibiendo mientras caes, pero una vez, y otra, y otra más, te taponan los ojos, te nublan los sentidos y azuzan esa mente ya dispuesta de antemano para el dolor, cosida de dolor, hecha para el dolor.
Somos lo que han hecho de nosotros, es algo irrefrenable e irremediable, el agua donde sabemos nadar, el medio donde el pájaro sabe volar aunque sus alas estén rotas, desplumadas, allí donde no hace frío, porque las escamas de la piel, como una coraza, impiden que lo sientas.
Anoche volví a Epidauro, donde una vez estuve a los pies de Asclépio, descendiente de Imhotep, mentor de Galeno y Avicena, allí donde reconocí la vida por Hipócrates, y recibí al oído aquello que me cura, aunque me mortifique.
Valga mi juramento para una vida nueva, médico de mi mismo, pues mi herida es de muerte, y solo sanará si aprendo que querer empieza por uno mismo. Dijo Paracelso: “Tan pronto como el hombre llega al conocimiento de sí mismo, no necesita ya ninguna ayuda ajena."
Y asumiendo en ti, todo lo que represento, hoy por mi cuenta, y sin derecho a ello, renuevo un juramento que puede y debe darme la vida.


Juro por Apolo y Esculapio y por Hygeia y Panacea y por todos los dioses y diosas, poniéndolos de jueces, que este mi juramento será cumplido hasta donde tenga poder y discernimiento.
A aquella quien me enseñó este arte, la estimaré lo mismo que a mis padres;
ella participará del mantenimiento de mi alma y si lo desea participará de mis bienes.
Consideraré su descendencia como mis propios hijos, enseñándoles este arte sin cobrarles nada, si ellos desean aprenderlo.
Recogeré cada día lo que quede de la que me enseñó a mí del arte de la vida, cuando la vida es lo que desea el alma, ya que asumo que una vocación se disfruta, no se sufre, por lo que me comprometo a disfrutar de lo que sea disfrutado en pos de una vívida vocación.
Llevaré adelante ese régimen, el cual de acuerdo con mi poder y discernimiento será en beneficio de los enfermos que padecen mi mal y les apartará del perjuicio y el terror a si mismos, porque el miedo nos ata en muchas ocasiones e impide que nos sintamos libres.
Viviré mi vida y ejerceré mi arte en la inocencia y en la pureza, pues a ello nos lleva la seguridad de ser nosotros, para poderla dar, tal y como se espera.
Guardaré silencio, o gritaré a menudo, o beberé la copa que me fue regalada, mirando que está llena, y no me fue entregada vacía. Bendito fuera el vino que sana con su beso.
Ahora, si cumplo este juramento y no lo quebranto, que los frutos de la vida y el arte sean míos, que sea siempre honrado por todos los hombres y que lo contrario me ocurra si lo quebranto y soy perjuro.

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