
Hay tardes que presiento tu presencia
en el cuarto vacío, y el perchero
ya sin brazos, ausente de tu ausencia,
sujetando en el aire mi sombrero,
da a las sombras un trazo de apariencia.
Si se me llena la soledad de frío
el hueco de tu abrigo, con urgencia
corre a cubrirme el cuerpo del rocío
con que tapo la falta de tu esencia,
donde cubro la huella del hastío.
Es un escalofrío de ida y vuelta.
Allí el perchero y yo, nuestra paciencia
nos hace imaginarte más esbelta,
más llena de matiz. La diferencia
entre el ser y el estar queda resuelta
Luego pasa la sombra y desvanece
la nostalgia de luz de la abstinencia.
En el rincón de cuarto donde crece
tu ausencia como una penitencia,
está un perchero solo que envejece
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