sábado, 3 de octubre de 2009

prometeo



Gran Zeus!, yo ya no tengo el fuego…
Que más quisiera yo, con los vientos que sufro en el Caucaso helado de mi vida.
Y aquí, encadenado, eternamente atado a mi columna, esta roca pesada y dolorosa.
Yo ya no tengo el fuego…
Observo como llega, desde el fondo del cielo de mi pecho el ave que me daña, y entrego cada día la víscera que quiere. La dejo que se ensañe, come rapaz!, de mis entrañas puedes si la cadena aguanta. Mañana, en la alborada, o quizá otro día, florecerá de nuevo para que te alimentes.
Gran Zeus, yo ya no tengo el fuego…
Lo entregué a cada paso a quien lo necesita, y mírame desnudo, desolado y vencido.
Ya llegará ese Hércules que en mi se compadezca, y rompa de ataduras el alma de este hombre tan desolado ahora.
Quizá con las Hespérides, en su jardín dorado, renacerá este hígado que ha sido devorado en tantas ocasiones y yo, pobre infeliz, podré morir tranquilo.

(Heracles, hijo de Zeus, abatió al águila que devoraba cada mañana las entrañas de Prometeo, liberándolo así de su castigo eterno, pero esa es otra historia).

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