miércoles, 10 de febrero de 2010

silente



Cuando despierto por las noches, aquí, junto a la llama de este sueño, donde se han ido consumiendo tantas cosas, en estas sábanas calladas que empaparon tanta pena, tanto sudor y llanto, dejo correr la mano hacia lo que era nada y hoy es una tibia presencia silente.
Me conforta pensar que en la vigilia, que entre sueños me miran esos ojos, los que miraban dulces y lejanos, y me sueña esa boca, y me pretende el cuerpo, y me añora la mano.
Me giro de repente, si mas delicadeza que la mía, que es nada, es un suspiro, para sentir el soplidito fugaz, volátil, presuroso de una respiración que ayer mismo no era y hoy es.
El susurro apagado de una boca interroga al azar, y yo sonrió, mucho más hacia mi que hacia el consuelo de ese cuerpo silente.
Se vacía la memoria de todo lo pasado, apurado quedó el cáliz del recuerdo que se colmó de ansias y vísceras dañadas, acogotadas, rotas.
“Temprano madrugó la madrugada” de este estado silente de las cosas, de esta vida llenada, de la cesta de ropa limpia y seca con que ha premiado el tiempo la paciencia silente.
Llegará la mañana, como ayer, y mañana y cualquier otro día, y llegará el verano con sus soles dando paso a la luz y se vendrá el otoño preñado de los vientos y hojas secas, más todo quedará a mi lado con su calma silente.
Me arropo tan despacio que mi mano se nubla, dejo temblar el labio que ansia nuevos besos y tras la oscuridad que todo lo insinúa no veo más que calma, adivino, recreo lo que traerá otro día, la calidez del lecho con su velo silente.
Así, agotado, callado y satisfecho, el sopor de esa nube soberana de vapores de cuerpo y de semilla, de esperanzas de amor y de mañana, me puede y lentamente, a un palmo de la risa, vuelvo a dormir, silente.
Silente: silencioso, tranquilo, reposado.

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